Vida, virtudes y milagros de Santa Teresa de Jesús

Vida, virtudes y milagros de Santa Teresa de Jesús

TOMÁS DE JESÚS SÁNCHEZ DÁVILA, OCD (1564-1627)  -  DIEGO DE YEPES, OSH (1529-1613).

 Esta antigua vida de santa Teresa, la segunda después de Ribera (1590), ha sido editada ahora en manera crítica por Manuel Diego Sánchez, OCD, y está acompañada de abundantes notas históricas y de identificación de fuentes, además de los correspondientes índices (bíblico, teresiano, analítico...).
Esta vida tuvo un papel importante en la difusión teresiana por toda Europa (traducida ya en el siglo xvii al francés e italiano), como también ayudó favorablemente a conducir a buen puerto el proceso de beatificación en su fase final.
Tomás de Jesús fue el mejor teólogo e intérprete sistemático de la doctrina teresiana de la segunda generación de carmelitas descalzos.

                   Un texto histórico que merece la pena.




Portada de la edición príncipe de esta Vida (Zaragoza 1606)




SANTA TERESA Y LA EUCARISTÍA

Los primeros biógrafos (Ribera, 1590; Tomás de Jesús - Yepes, 1606) tuvieron un especial interés en recalcar la devoción eucarística teresiana, de ahí que dedicaran capítulos específicos al tema. No resultaba difícil el demostrar que Teresa de Jesús tenía en la Eucaristía el alimento principal e insustituible de  su vida espiritual. Es más, muchas de sus gracias místicas ocurren durante la celebración eucarística.
Ofrecemos en primicia los dos capítulos que Tomás de Jesús le dedica al tema en su vida de santa Teresa, publicada ésta bajo el nombre de Diego de Yepes. La referencia exacta, según la reciente edición crítica, es: Libro III, cap. 20-21, pp. 649-659.
Agradecemos al editor, el carmelita descalzo Manuel Diego Sánchez, el que nos haya permitido reproducir estas páginas de su reciente edición, cuya ficha técnica es la siguiente:
TOMÁS DE JESÚS SÁNCHEZ DÁVILA, OCD (1564-1627)  -  DIEGO DE YEPES, OSH (1529-1613).
Vida, virtudes y milagros de la bienaventurada virgen Teresa de Jesús, madre y fundadora de la nueva reformación de la Orden de los Descalzos y Descalzas de Nuestra Señora del Carmen. Edición y notas: Manuel Diego Sánchez, OCD.  Madrid, Editorial de Espiritualidad, 2014, lxix, 909 p., 21,5 cm. (PVP 25 euros).


Capítulo 20[65]
De la devoción grande que tenía al Santísimo Sacramento del altar

       1. Tenía la bienaventurada Madre Teresa de Jesús singular devoción al Santísimo Sacramento. Y lo que solía decir que la animaba a padecer los grandes trabajos de las fundaciones era que hubiese una iglesia más en que se pusiese el Santísimo Sacramento (cf. F 3,10). Lloraba mucho la ceguedad de los herejes de estos tiempos; y sentía mucho más los desacatos que hacían a este divino Sacramento. Por el mucho provecho que con él sentía en su alma, comulgó por espacio de más de veintitrés años ordinariamente cada día, por parecer de muchos y muy grandes letrados. Aprobó nuestro Señor con un nuevo milagro sus comuniones; porque, como tuviese al principio de sus fervores, entre otras enfermedades, dos vómitos cada día, uno a la mañana y otro a la noche, luego que comenzó a frecuentar la comunión, se le quitó el de la mañana, y el de la noche le duró toda la vida. Procuraba recibir este sacramento con grande pureza de alma, y nunca se llegó a comulgar sabiendo de sí algún pecado venial (aunque no fuese sino uno), sin confesarse primero. Pero aunque era tan grande la hambre que tenía de este Sacramento (como la que tenía bien experimentados los efectos que causa en el alma pura y perfecta), era mayor el rendimiento que tenía a sus confesores. Porque, como tenía tanta luz de Dios, de tal manera se aprovechaba de este medio, que ni libraba en esta continuidad todo su consuelo, ni su aprovechamiento, porque [180] sabía
 muy bien que estaba más en hacer la voluntad de Dios que en comulgar por su consuelo o devoción. Cuando sus confesores le quitaban la comunión (que lo hacían algunas veces por mortificarla y probarla), no solo no mostraba desconsuelo, sino que se lo agradecía, diciendo que miraban más ellos por la honra de Dios, no dando lugar a que una tan grande pecadora llegase a comulgar, que no ella en querer recibirle, siendo la que era[66].
       2. Estando la santa Madre enferma en Ávila y, por esta causa, habiendo más de un mes que no comulgaba, preguntóle una hermana si tenía muchas ansias por comulgar; ella respondió que no; porque, considerando que Dios lo quería así, estaba su alma como si cada día comulgara[67]; y, aunque tenía tan grande ansia de comulgar, que no hubiera trabajo ni peligro del mundo a que no se pusiese a trueque de gozar de este bien, pero ponía más su estudio en la mortificación y sólidas virtudes que en frecuentes comuniones; que, cuando no andan acompañadas de humildad, sujeción y de las demás virtudes, más se puede temer de ellas el juicio que el premio; especialmente, que con el desaprovechamiento que de esto se sigue, va creciendo la peor polilla del alma y su destrucción, conviene a saber, contentamiento propio, soberbia, seguridad, satisfacción de sí misma; y viene a servir este manjar divino de autoridad y de sombra, para que crezca la autoridad y crédito con los demás.
       3. Esta devoción, como era sustancial y verdadera en la Santa, se la pagaba bien en darle de ordinario, al tiempo de la comunión, grandes raptos, y en ellos luz de muchas verdades, revelaciones de grandes misterios y visiones muy subidas. Porque de ordinario esperaba el Señor este tiempo para hacerle estas mercedes, vio [181] muchas veces en la hostia consagrada al mismo Cristo, unas resucitado, otras puesto en la cruz y otras coronado de espinas y de otras maneras; pero siempre con tan grande majestad, que le causaba temor y reverencia. Hacía este sacramento grandes efectos en su alma, porque a la manera que, saliendo el sol, huyen las tinieblas y se deshacen los nublados, así, en llegando a comulgar, cesaban las tentaciones y aflicciones, oscuridades y aprietos que en el espíritu padecía. Entonces no parecía le quedaba de mujer, sino sola la figura de haberlo sido, porque el alma, las potencias, los deseos y afectos y todo lo que en ella había, parece se le arrancaban para unirse y transformarse en Dios, con  que quedaba toda enajenada y absorta. Este era el tiempo cuando el cuerpo, también en compañía del alma, se levantaba de la tierra, y parece quería él también salir de este mundo. Lo que yo experimenté fue que, con llegar a comulgar con un color de tierra en el rostro, como quien estaba tan enferma y era tan penitente, luego que recibía el Santísimo Sacramento, como si la invistieran con algún rayo grande de fuego y de la luz, y ella fuera de cristal, se le ponía el rostro hermosísimo, de color rosado, que parecía transparente y quedaba con una gravedad y majestad tan grande, que mostraba bien el huésped que tenía consigo[68]. Quedaba con este bocado del cielo, no solo el alma buena, sino también el cuerpo de sus enfermedades; porque, si entrando la carne de Cristo en un pecho no limpio, ni convenientemente dispuesto, a veces causa enfermedad y destempla en la salud corporal, al que así lo recibe, cuando, por el contrario, el ama estuviere pura y limpia, de creer es que no solo con su maravillosa virtud la santifica, sino también tocando aquella carne santísima a la del que así la recibe, temple en ella los humores, y cobre salud, por [182] la vecindad y ayuntamiento con el cuerpo de Cristo. De esto da ella buen testimonio en una relación de su vida por estas palabras:

     «En llegando a comulgar, queda el alma y el cuerpo tan quieto y tan sano, y tan claro el entendimiento, con toda la fortaleza y deseos que suelo. Y tengo experiencia de esto: que son muchas veces, menos cuando comulgo, ha más de medio año que lo siento clara salud corporal» (CC 1, 30).
      
       4. Comulgando un día de Ramos, cuando tomó en la boca el Santísimo Sacramento, antes que lo pasase, quedó con gran suspensión, de la cual como volviese a cabo de un rato le pareció verdaderamente tenía toda la boca llena de sangre, y asimismo que todo su rostro y toda ella estaba bañada en la misma sangre, y tan caliente como si entonces se acabara de derramar. Era excesiva la suavidad que con este baño sentía[69]. Y díjole el Señor:
    
      «Hija, yo quiero que mi sangre te aproveche, y no hayas miedo que te falte mi misericordia. Yo lo derramé con muchos dolores, y tú la gozas con gran deleite, como ves» (CC12, 1).
       Otro día estando en Sevilla, acabando de comulgar, sintió por una manera de visión delicada que su alma se hacía una misma cosa con el cuerpo del Señor; a quien también vio entonces, y quedó de esta visión con grandes efectos en su alma, y con grande aprovechamiento en el amor y en las demás virtudes (cf. CC 39)[70].
       5. Tenía grandísima curiosidad en que todo lo que tocaba al culto y veneración de este sacramento estuviese muy cumplido y muy limpio, no solo los altares, frontales, ornamentos, corporales, cálices, pero aun otras cosas menores y que de más lejos se ordenan a su culto y reverencia. De aquí también le nacía tener a los sacerdotes una grande y entrañable reverencia, por ser ellos los ministros que le consagran. Hincábase muchas veces de rodillas delante de ellos, y pedíales la mano, y la ben-[183]-dición. Llegando una vez de camino a Malagón, y apeándose en medio de la plaza donde estaba el monasterio, estaba allí el capellán de la misma casa y, con ser de no mucha edad y estar allí mucha gente delante, se puso de rodillas delante de él y le pidió la bendición[71]. Para confirmación de esto que voy diciendo, no quiero pasar por alto lo que a mí me pasó con la santa Madre, yendo a decir misa a su monasterio de Medina del Campo, donde como me diesen un paño muy oloroso para lavarme las manos, yo (como inconsiderado) me ofendí de esto, y con la licencia que tenía de la santa Madre, le dije después que mandase quitar aquel abuso de sus monasterios; porque como me parecía bien que los corporales y paños que están en el altar, fuesen olorosos, así me parecía mal que los otros paños que sirven para limpiar las inmundicias de las manos, lo estuviesen; ella me respondió con grande humildad y gracia: «Sepa, padre, que esa imperfección han tomado mis monjas de mí. Pero cuando me acuerdo que nuestro Señor se quejó al fariseo en el convite que le hizo, porque no le había recibido con mayor regalo, querría desde el umbral de la puerta de la iglesia, que todo estuviese bañado en agua de ángeles y mire, mi padre, que no le dan ese paño por amor de vuestra reverencia, sino porque ha de tomar en esas manos a Dios, y para que se acuerde de la limpieza y buen olor que ha de llevar en la conciencia, y si esa no fuere limpia, váyanlo siquiera las manos». Con esta respuesta confundió mi inconsideración y me abrió los ojos para mirar de allí delante de otra manera las cosas cercanas y remotas a este sacramento[72].
       6. De aquí han venido sus frailes y monjas a ser tan mirados en el culto divino, que no hay semejante limpieza de altares en parte del mundo que yo conozca[73], [184] lo que más pena le daba era el desacato grande que los luteranos hacían a este Sacramento, esto era lo que más le tenía atravesado el corazón, como se echará de ver de una exclamación que hace tratando de esta materia en el Camino de perfección, donde hablando con el Padre eterno dice así:

      «Pues, Padre santo que estás en los cielos, ya que lo queréis y lo aceptáis, y claro está no habíais de negar cosa que tan bien nos está a nosotros, alguien ha de haber (como dije al principio) que hable por vuestro Hijo. Seamos nosotras, hijas, aunque es atrevimiento, siendo las que somos; mas confiadas en que nos manda el Señor que pidamos, llegadas a esta obediencia, en nombre del buen Jesús supliquemos a su Majestad que, pues no le ha quedado por hacer ninguna cosa haciendo a los pecadores tan gran beneficio como este, quiera su piedad y se sirva de poner remedio para que no sea tan mal tratado; y que pues su santo Hijo puso tan buen medio para que en sacrificio le podamos ofrecer muchas veces, que valga tan precioso don para que no vayan adelante tan grandísimo mal y desacatos como se hacen en los lugares adonde estaba este Santísimo Sacramento entre estos luteranos, deshechas las iglesias, perdidos tantos sacerdotes, los sacramentos quitados.
      Pues, ¿qué es esto, mi Señor y mi Dios? O dad fin al mundo, o poned remedio en tan gravísimos males, que no hay corazón que lo sufra, aun de los que somos ruines. Suplícoos, Padre eterno, que no lo sufráis ya vos; atajad este fuego, Señor, que si queréis, podéis. Mirad que aún está en el mundo vuestro Hijo; por su acatamiento cesen cosas tan feas y abominables y sucias;  y por su hermosura y limpieza no merece estar en casa adonde hay cosas semejantes. No lo hagáis por nosotros, Señor, que no lo merecemos; hacedlo por vuestro Hijo. Pues suplicaros que no esté con nosotros, no os lo osamos pedir. Pues él alcanzó de vos que por este día de hoy, que es lo que durare el mundo, [185] le dejaseis acá, y porque se acabaría todo, ¿qué sería de nosotros? Que si algo os aplaca, es tener acá tal prenda. Pues algún medio ha de haber, Señor mío, póngale vuestra Majestad.
      ¡Oh mi Dios, quién pudiera importunaros mucho y haberos servido mucho, para poderos pedir tan gran merced en pago de mis servicios, pues no dejáis ninguno sin paga! Mas no lo he hecho, Señor; antes por ventura soy la que os he enojado de manera que por mis pecados vengan tantos males. Pues, ¿qué he de hacer, Criador mío, sino presentaros este pan sacratísimo y, aunque nos le disteis, tornárosle a dar y suplicaros, por los méritos de vuestro Hijo, me hagáis esta merced, pues por tantas partes lo tiene merecido? Ya, Señor, ya haced que se sosiegue este mar; no ande siempre en tanta tempestad esta nave de la Iglesia y salvadnos, Señor mío, que perecemos» (cf. Mt 8, 25) (CV 35,3-5).


Capítulo 21
Pónese la doctrina que la santa Madre enseñaba acerca de este Santísimo Sacramento, y de la devoción que tenía con algunos santos

       1. Del Santísimo Sacramento del altar escribió la santa Madre muchas cosas dignas de notar; de estas, pondré aquí las principales en que trata de la reverencia con que se ha de recibir, y cómo ella se disponía, y los efectos que hacía en su alma y cuerpo, cómo nos habemos de haber después de recibido tan gran Señor, que será de harto provecho para quien con atención lo leyere. En el libro del Camino de perfección, hablando de esta materia, dice:

     «Su Majestad nos le dio, como he dicho, este mantenimien-[186]-to y maná de la humanidad; que le hallamos como queremos y que, si no es por nuestra culpa, no moriremos de hambre; que de todas cuantas maneras quisiere comer el alma, hallará en el Santísimo Sacramento sabor y consolación (Sab 16, 20). No hay necesidad ni trabajo ni persecución que no sea fácil de pasar, si comenzamos a gustar de los suyos.
      Pedid vosotras, hijas, con este Señor al Padre que os deje hoy a vuestro esposo, que no os veáis en este mundo sin él; que baste para templar tan gran contento que quede tan disfrazado en estos accidentes de pan y vino, que es harto tormento para quien no tiene otra cosa que amar ni otro consuelo; mas suplicadle que no os falte y os dé aparejo para recibirle dignamente. De otro pan no tengáis cuidado las que muy de veras os habéis dejado en la voluntad de Dios» (CV 34,2-4).

       Y más abajo prosigue:

     «Así que, hermanas, tenga quien quisiere cuidado de pedir ese pan; nosotras pidamos al Padre eterno merezcamos recibir el nuestro pan celestial de manera que, ya que los ojos del cuerpo no se pueden deleitar en mirarle por estar tan encubierto, se descubra a los del alma y se le dé a conocer; que es otro mantenimiento de contentos y regalos y que sustenta la vida.
      ¿Pensáis que no es mantenimiento aun para estos cuerpos este santísimo manjar y gran medicina aun para los males corporales? Yo sé que lo es, y conozco una persona de grandes enfermedades, que estando muchas veces con graves dolores, como con la mano se le quitaban y quedaba buena del todo. Esto muy ordinario, y de males muy conocidos que no se podían fingir, a mi parecer. Y porque las maravillas que hace este santísimo pan en los que dignamente le reciben son muy notorias, no digo muchas que pudiera decir de esta persona que he dicho, que lo podía yo saber y sé que no es mentira.
      Mas esta habíala el Señor dado tan viva fe, que, cuando oía a algunas personas decir que quisieran ser en el tiempo [187] que andaba Cristo nuestro Bien en el mundo, se reía entre sí, pareciéndole que, teniéndole tan verdaderamente en el Santísimo Sacramento como entonces, que ¿qué más se les daba?
      Mas sé de esta persona que muchos años, aunque no era muy perfecta, cuando comulgaba, ni más ni menos que si viera con los ojos corporales entrar en su posada el Señor, procuraba esforzar la fe, para que (como creía verdaderamente que entraba este Señor en su pobre posada) desocuparse de todas las cosas exteriores cuanto le era posible y entrarse con él. Procuraba recoger los sentidos para que todos entendiesen tan gran bien; digo, no embarazasen al alma para conocerle. Considerábase a sus pies y lloraba con la Magdalena, ni más ni menos que si con los ojos corporales le viera en casa del fariseo; y aunque no sintiese devoción, la fe la decía que estaba bien allí, y estábase allí hablando con él.
      Porque, si no nos queremos hacer bobas y cegar el entendimiento, no hay que dudar; que esto no es representación de la imaginación, como cuando consideramos al Señor en la cruz o en otros pasos de la pasión, que le representamos como pasó. Esto pasa ahora y es entera verdad, y no hay para qué irle a buscar en otra parte más lejos; sino que, pues sabemos que mientras no consume el calor natural los accidentes del pan, está con nosotros el buen Jesús, que no perdamos tan buena sazón y que no perdamos tan buena sazón y que nos lleguemos a él. Pues si, cuando andaba en el mundo, de solo tocar sus ropas sanaba los enfermos, ¿qué hay que dudar que hará milagros estando tan dentro de mí, si tenemos fe viva, y nos dará lo que le pidiéremos, pues está en nuestra casa? Y no suele su Majestad pagar mal la posada si le hacen buen hospedaje.
      Si os da pena no verle con los ojos corporales, mirad que no nos conviene; que es otra cosa verle glorificado o cuando andaba por el mundo; no habría sujeto que lo sufriese de nuestro flaco natural, ni habría mundo, ni quien quisiese parar en él; porque, en ver esta Verdad [188] eterna, se vería ser mentira y burlas todas las cosas de que acá hacemos caso. Y viendo tan gran Majestad, ¿cómo osaría una pecadorcilla como yo, que tanto le ha ofendido, estar tan cerca de él? Debajo de aquellos accidentes de pan está tratable; porque si el rey se disfraza, no parece que se nos da nada de conversar sin tantos miramientos y respetos; parece está obligado a sufrirlo, pues se disfrazó. ¿Quién osaría llegar con tanta tibieza, tan indignamente, con tantas imperfecciones?
       Cómo no sabemos lo que pedimos, y cómo lo miró mejor su sabiduría. Porque a los que ve que se han de aprovechar, él se les descubre; que, aunque no le vean con los ojos corporales, muchos modos tiene de mostrarse al alma por grandes sentimientos interiores y por diferentes vías. Estaos vos de buena gana con él; no perdáis tan buena razón de negociar como es la hora después de haber comulgado. Mirad que este es gran provecho para el alma, y en que se sirve mucho el buen Jesús que le tengáis compañía. Tened gran cuenta, hijas, de no la perder. Si la obediencia no os mandare, hermanas, otra cosa, procurad dejar el alma con el Señor; que vuestro Maestro es, no os dejará de enseñar, aunque no lo entendáis, que si luego lleváis el pensamiento a otra parte y no hacéis caso ni tenéis cuenta con quien está dentro de vos, no os quejéis sino de vos. Este, pues, es buen tiempo para que os enseñe nuestro Maestro, para que le oigamos y besemos los pies porque nos quiso enseñar, y le supliquemos no se vaya de con vos.
      Si esto habéis de pedir mirando una imagen de Cristo, bobería me parece dejar en aquel tiempo la misma persona por mirar el dibujo. ¿No lo sería, si tuviésemos un retrato de una persona que quisiésemos mucho y la misma persona nos viniese a ver, dejar de hablar con ella y tener toda la conversación con el retrato? ¿Sabéis para cuándo es muy bueno y santísimo, y cosa en que yo me deleito mucho? Para cuando está ausente la misma persona, y quiere darnos a entender que lo está con mu-[189]-chas sequedades, es gran regalo ver una imagen de quien con tanta razón amamos. A cada cabo que volviésemos los ojos, la querría ver. ¿En qué mejor cosa, ni más gustosa a la vista, la podemos emplear que en quien tanto nos ama y en quien tiene en sí todos los bienes? ¡Desventurados estos herejes, que han perdido por su culpa esta consolación con otras!
      Mas, acabado de recibir al Señor, pues tenéis la misma persona delante, procurad cerrar los ojos del cuerpo y abrir los del alma y miraros al corazón; que yo os digo, y otra vez lo digo y muchas lo querría decir, que, si tomáis esta costumbre todas las veces que comulgareis, procurando tener tal conciencia, que os sea lícito gozar a menudo de este Bien, que no viene tan disfrazado, que, como he dicho, de muchas maneras no se dé a conocer conforme al deseo que tenemos de verle; y tanto le podéis desear, que se os descubra del todo.
      Mas, si no hacemos caso de él, sino que, en recibiéndole, nos vamos de con él a buscar otras cosas más bajas, ¿qué ha de hacer?; ¿hanos de traer por fuerza a que le veamos, que se nos quiere dar a conocer? No, que no le trataron tan bien cuando se dejó ver a todos al descubierto y les decía claro quién era; que muy pocos fueron los que le creyeron.
      Y así, harta misericordia nos hace a todos, que quiere su Majestad entendamos que es él el que está en el Santísimo Sacramento. Mas que le vean descubiertamente y comunicar sus grandezas y dar de sus tesoros, no quiere sino a los que entiende que mucho le desean, porque estos son sus verdaderos amigos. Que yo os digo que quien no lo fuere y no llegare a recibirle como tal, habiendo hecho lo que es en sí, que nunca le importune porque se le dé a conocer. No ve la hora de haber cumplido lo que manda la Iglesia, cuando se va de su casa y procura echarle de sí. Así que este tal, con otros negocios y ocupaciones y embarazos del mundo, parece que lo más presto que puede, se da prisa a que no le ocupe la casa el Señor» (CV 34,5-13). [190]
      
       2. Tenía también con los santos grandísima devoción, y así les solemnizaba sus fiestas lo mejor que ella podía; y en el día particular de cada uno, le solía pedir alguna merced señalada. Traía en su breviario una lista de aquellos de quien ella particularmente era devota, y los que había elegido por patrones de su alma y de sus necesidades. Teníalos escrito por este orden que ahora diré[74]:

            Nuestro padre san Alberto
            San Cirilo
            Todos los Santos de nuestra orden
            Los ángeles
            El de mi guarda
            Los patriarcas
            Santo Domingo
            San Jerónimo
            El rey David
  Santa María Magdalena
  San Andrés
  San José
  Los diez mil mártires
  San Juan Bautista
  San Juan Evangelista
  San Pedro y san Pablo
  San Agustín
            San Sebastián
  Santa Ana
  San Francisco
  Santa Clara
  San Gregorio
  San Bartolomé
  El santo Job
  Santa María egipciaca
  Santa Catalina, mártir
  Santa Catalina de Sena
  San Esteban
  San Hilarión
  Santa Úrsula
  Santa Isabel de Hungría
  El santo de la suerte
  San Ángelo



       3. A Cristo nuestro Señor y a nuestra Señora no puso la santa Madre en esta lista, porque no era necesaria esta memoria en el papel para los que ella traía continuamente tan estampados en su corazón[11].
       4. De nuestra Señora fue devotísima desde su primera edad, a la cual (como ya dijimos en el primer libro), luego que murió su madre, le suplicó con grande ternura lo fuese ella suya; creció siempre la devoción con [191] los años, y los favores que la Virgen le hizo fueron muchos[12]. La que tuvo con el glorioso san José fue muy tierna y regalada, y así se echa de ver por sus libros con cuánto gusto habla de él y cuánto agradecimiento. Ha sido esta santa en España uno de los principales medios para que este santo sea más conocido y estimado. Las fiestas de los santos que habemos dicho, celebraba con gran devoción y alegría; y en sus días hacía coplas en loor de ellos para que las cantasen las hermanas[13].
       5. Una de las razones que, entre otras, tuvo para reformar su Religión, fue el aumento de la Orden de la Virgen, por ser esta Señora particular Patrona y Madre de esta Religión. Casi todos los monasterios que fundaba, los dedicaba a san José. Y, así como ella era devota de estos santos y les hacía particulares servicios, así ellos la hicieron señaladas mercedes. Porque no sola nuestra Señora y el bienaventurado san José le aparecieron y acompañaron muchas veces y sacaron de grandes tribulaciones y trabajos, sino también tuvo muy ordinarias visiones, y recibió particulares mercedes de otros muchos santos, como ya dijimos en el libro primero y en otros lugares[14].
       6. Por ser tan devota del Santísimo Sacramento, ordenó en sus Constituciones que sus monjas comulgasen muy a menudo, como dijimos en el libro segundo; y, demás de esto, en fiestas particulares y en el día que tomaron el hábito e hicieron profesión[15]. Porque, así como este manjar divino en las almas mal dispuestas y preparadas causa desmedro y muerte, así en las que le reciben dignamente da gran fortaleza y aumento de vida. [192]




[65] A este mismo tema dedica Ribera el Lib. IV, c. 12. Cf. DSTJ 276-281.
[66] Ver el dicho de Teresa de Jesús Cepeda en Ávila , 1596 (BMC 18,190).
[67] Cf. Ribera, Lib. IV, c. 12, p.421.
[68] Así lo atestigua Yepes en su dicho de Madrid, 1595 (BMC 18,286).
[69] C. Ribera, Lib. IV, c. 12. pp. 421-422.
[70] Ibid., p. 422.
[71] Ibid., pp. 423-424.
[72] Lo narra Yepes en la relación que escribió para Fr. Luís de León, 1588 (BMC 2,499).
[73] Cf. Ribera, Lib. IV, c. 12, p. 423.
[74] Todo esto relativo a los santos de su devoción y a la lista de los mismos la toma de Ribera, Lib. IV, c.13, pp. 424-427.
[11] Ibid., p. 425.
[12] Ibid., pp. 425-426.
[13] Ibid., p. 426.
[14] Ibid.
[15] Lib. IV, c. 12, p. 424.






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